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Vuelo de brujas
Vuelo de brujas

Vuelo de brujas

El pequeño lienzo titulado tradicionalmente Vuelo de brujas forma parte de un conjunto de seis cuadros que Goya vendió en 1798 a los duques de Osuna con destino a El Capricho, el palacio de recreo de la duquesa, situado en sus posesiones de La Alameda, a las afueras de Madrid.

En su factura, Goya describió estos cuadros como “composiciones de asuntos de Brujas”, personajes que protagonizan cuatro de los lienzos, mientras que en los otros dos trata asuntos literarios relacionados con figuras espectrales.

Este tipo de temática se estaba desarrollando también en otros países europeos como consecuencia de los efectos de la Revolución francesa y la pérdida de confianza en los valores de la Ilustración, fomentándose, por el contrario, toda una serie de temas situados en los límites de la razón, entre los que se encontraban lo terrible, lo incontrolable, lo monstruoso, lo grotesco o lo fantasioso, como se advierte en obras de artistas como el suizo Johann Heinrich Füssli, el alemán Caspar David Friedrich o el inglés William Blake.

Paralelamente a esta serie de cuadros, Goya estaba trabajando iguales motivos dentro de sus Caprichos, que publicó un año después. Pero él, como los duques de Osuna, que eran los nobles ilustrados más importantes de su época, utilizó la fascinación por las brujas y por otros seres maléficos similares como medio para criticar la superstición y la ignorancia provocadas por la falta de educación. Unos años antes, en 1792, en una carta a su amigo Martín Zapater, Goya ya había manifestado su postura en este sentido, al decir: “ni temo a brujas, duendes, fantasmas, valentones gigantes, follones, malandrines, etc. ni ninguna clase de cuerpos temo sino a los humanos”.

Como en sus grabados, en estos cuadros Goya se valió de la sátira y la caricatura para denunciar los problemas y los vicios de una sociedad que era víctima de los abusos de los altos estamentos, en este caso, del clero y, especialmente, de una de sus manifestaciones más atacadas en ese momento, la Inquisición, institución que, aún en esas fechas, registró algún proceso de acusación por brujería.

Se ha dicho que, de todas las representaciones de este tipo que hizo Goya, Vuelo de brujas es una de las más siniestras y aterradoras, pero a la vez más bellas y poderosas. Sin duda, es la más enigmática, siendo numerosas las interpretaciones que han tratado de explicarla.

La escena parece tener lugar durante la noche, en un terreno elevado, a donde han llegado dos campesinos por un camino que se pierde en la distancia. Uno de los hombres aparece tendido en el suelo, boca abajo, tapándose los oídos, mientras el otro, de pie en el centro de la composición, tapa su cabeza con una manta blanca a la vez que avanza hacia delante con los brazos extendidos y haciendo, con las dos manos, el signo de la higa contra el mal de ojo. Intentan no oír ni ver, para no caer en su hechizo, al grupo que aparece levitando sobre sus cabezas. Este está formado por tres brujos o brujas, con sus torsos desnudos, como acostumbraban los penitentes, y cubiertos por corozas con forma de mitras episcopales decoradas con serpientes. Los tres seres sostienen a un hombre desnudo al que parecen estar chupando la sangre. En un plano inferior, a la derecha, un asno, símbolo tradicional de la ignorancia, aguarda impasible a sus dueños. Una fuerte iluminación que proviene de fuera de la composición destaca dramáticamente ambos grupos mientras el resto queda en penumbra.

Para unos autores, este rasgo señalaría que la escena situada en lo alto, y más iluminada, sería fruto de la imaginación o el delirio de los campesinos, tal vez asustados porque se les ha echado la noche encima y confunden cualquier ruido o sombra con algo maléfico.

Otras interpretaciones asumen que los brujos o brujas no estarían chupando, sino soplando, insuflando su aliento en la víctima, por lo que se trataría de una escena de posesión demoníaca, en la que el demonio ya habría entrado en el cuerpo del hombre, que se agita convulsamente. Estas manifestaciones también eran rechazadas como falsas por los ilustrados y Goya lo estaría plasmando a través del absurdo y la ridiculización.

El tema se ha relacionado incluso con la masonería basándose en la presencia de las serpientes en las corozas, consideradas símbolo de sabiduría entre los masones, como también lo eran el ascenso a la montaña y el contraste entre la luz y la oscuridad, creyéndose que Goya ilustra, tal vez de forma crítica, la adopción de esta práctica por parte de la aristocracia y la clase dirigente y culta, mientras que los campesinos en la parte baja se tapan los oídos y rehúsan escuchar la verdad de las brujas/sacerdotes. Sin embargo, no hay constancia de que los duques de Osuna tuvieran ninguna relación con la masonería.

Otra explicación incide en que, a través de las corozas en forma de mitra, Goya podría estar identificando al clero como los verdaderos seres maléficos que chupan la sangre de sus feligreses o que les insuflan ideas erróneas mientras impiden el desarrollo del racionalismo que podría combatir la ignorancia generalizada, interpretación que se situaría en la línea de varios de sus Caprichos.

Los seis cuadros de “asuntos de brujas” permanecieron en la colección de la casa de Osuna hasta la subasta de sus bienes en 1896, cuando se disgregaron. Vuelo de brujas se conserva en el Museo del Prado; los denominados El aquelarre y El conjuro forman parte de la colección de la Fundación Lázaro Galdiano, en Madrid y El hechizado por fuerza se halla en la National Gallery de Londres; los titulados La cocina de las brujas y Don Juan y el Comendador están en paradero desconocido.

En sus series de dibujos y grabados posteriores Goya eliminaría la representación de seres fantásticos para concentrarse en los actos de los seres humanos, algunos tan terribles o más temibles que los cometidos por los irreales. Las figuras demoníacas sólo volverían a aparecer, dos décadas después, en las Pinturas Negras de la Quinta del Sordo.

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