La familia de Carlos IV
Goya fue el pintor favorito de los reyes Carlos IV y María Luisa de Parma desde su llegada al trono español en 1789. A partir de esa fecha retrató a ambos monarcas en distintos formatos y actitudes. Entre todas las pinturas que hizo para ellos destaca el gran lienzo denominado La familia de Carlos IV, obra cumbre dentro de la producción de retratos de Goya, monumental por su tamaño, por su técnica magistral, por su colorido armonioso y por la veracidad con la que están representados los distintos miembros de la familia real.
Está pintado entre julio y diciembre de 1800, unos meses después de haber sido nombrado Primer pintor de Cámara, el mayor honor al que un artista podía aspirar en aquella época.
Goya hizo primeramente unos estudios al natural, esto es, con el modelo delante, de cada uno de los personajes, y después compuso el retrato al completo en su estudio.
Se trata de un retrato colectivo, tipología que no es habitual dentro de la tradición de retratos española, pero de la que sí existen algunos ejemplos, precisamente, relacionados con varias familias reales, comenzando por Las meninas de Velázquez, obra de la que Goya toma algunos aspectos compositivos y el hecho de autorretratarse pintando ante un lienzo, a la izquierda de la composición. De este modo, Goya se equipara con el maestro sevillano, a quien siempre reconoció como una de sus mayores influencias pictóricas.
Asimismo, existen retratos de grupo de la familia de Felipe V, el primer rey de la dinastía Borbón que reinó en España, como el pintado por el francés Louis-Michel van Loo, conservado en el Museo del Prado, o el desaparecido, pero conocido por un grabado, que hizo Jacopo Amigoni de la corte de Fernando VI y Bárbara de Braganza. Con estos retratos, los reyes de la dinastía Borbón quisieron remarcar su vinculación con la dinastía de los Austria, de la que descendía directamente. En el contexto de la Europa postrevolucionaria, que había sido testigo de la ejecución de los reyes franceses, Carlos IV y María Luisa de Parma quisieron manifestar, además, la magnificencia y permanencia de la rama española de la casa Borbón, asegurada a través de sus numerosos hijos e hijas.
De este modo, en el cuadro se representan, en el centro, la reina María Luisa y el rey Carlos IV, quien aparece en un plano más adelantado, marcando así su mayor importancia. Ambos están unidos por el menor de sus hijos, el infante Francisco de Paula, que entonces tenía seis años. A su derecha, la reina abraza a la infanta María Isabel, que llegaría a ser reina de las Dos Sicilias por su matrimonio con el rey Francisco I. En ese mismo lado, con traje azul y también en un plano más adelantado, se encuentra el heredero al trono español, el entonces Príncipe de Asturias, futuro Fernando VII. Por detrás, cogiéndole de la cintura, se halla su otro hermano, el infante Carlos María Isidro quien, años después, disputaría el trono a su sobrina Isabel II. Al lado del príncipe Fernando aparece una joven de perfil que alza la cabeza mirando a los cuadros del fondo, figura que se ha identificado tradicionalmente como la futura esposa del príncipe, que aún no había sido elegida y por ello aparece como un rostro anónimo. Detrás de ella se sitúa la infanta María Josefa, hermana de Carlos IV y, en un plano aún más retrasado, se autorretrata Goya ante un gran lienzo. En el otro extremo, detrás del rey, está la infanta María Luisa, que lleva en brazos a su hijo, el infante don Carlos Luis. Al lado está su marido, don Luis de Borbón-Parma, futuro rey de Etruria. En un segundo plano, el infante don Antonio Pascual, también hermano de Carlos IV,
de perfil, su esposa, y a la vez sobrina, la infanta doña María Amalia, que había fallecido dos años antes. Falta en el retrato la infanta Carlota Joaquina, casada con el futuro Juan VI de Portugal y, por ello, fuera de la corte madrileña en esas fechas.
En los cuadros del fondo Goya pintó dos escenas de su invención ya que no se conoce ninguna obra de la colección real que coincida con ellas. Tras una restauración efectuada en el año 2000, la escena que aparece en el muro por detrás de la reina se identificó con la historia de los amores de Hércules y Onfale, mediante la cual se entronca alegóricamente a los reyes con ese semidiós de la mitología clásica, de cuya descendencia se hacía proceder la dinastía española.
A la vez, se puede advertir en este retrato la idea ilustrada de los afectos, mediante la que se quería fomentar las relaciones cercanas entre los distintos miembros de la familia, especialmente durante la crianza de los hijos, algo que claramente se muestra a través del contacto entre las madres y los hijos o entre los hermanos.
La obra destaca también por la riqueza de los vestidos, joyas e insignias que lucen los retratados, especialmente las damas. Por encima de todas aparece la reina María Luisa, que es mostrada con gran prestancia a sus cincuenta años, a pesar de la degradación física que experimentaba por entonces, provocada por los veinticuatro embarazos que había sufrido, diez de ellos malogrados, y que hacía veinte años le habían dejado sin dientes y envejecido prematuramente.
Es en estos vestidos donde se advierte de forma más clara la viveza de la pincelada y la capacidad extraordinaria de Goya para el tratamiento de la luz y del color, algo que maravilló de forma especial a espectadores como el pintor impresionista Pierre-Auguste Renoir, quien afirmaría que solo la posibilidad de ver este cuadro merecía por sí sola el viaje a España.